Revestirse de la persona nueva
“Despójense del hombre viejo y de sus acciones, y revístanse del hombre y de la mujer nuevos que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador… Ustedes son escogidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor, revístanse, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.” 1 Colosenses 3,9-12
El símbolo del vestido es utilizado por el apóstol Pablo para invitar a que llevemos una vida coherente con nuestra condición: si somos hijos de Dios, su pueblo, y somos amados por Él, vivamos consecuentemente. Pero, ¿por qué ha utilizado el símbolo del vestido?
Para el mundo antiguo la vestimenta era reflejo de la condición o mostraba la dignidad de la persona. Recuerda el gesto del padre en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15); le trae un vestido, le pone unas sandalias en los pies y un anillo en la mano.
- El vestido es la visibilidad de la persona. La primera idea que nos hacemos de alguien es por su apariencia externa y el vestido es muy importante.
- Por eso quiere Pablo que nuestra condición de hijos de Dios se note, porque la fe no afecta sólo a mi intimidad (como si fuera una conjunto de creencias que quedan en nuestra cabeza), sino a toda mi vida y eso se ve y se nota.
Nosotros somos conscientes de lo importante que es vestir de una y otra forma.
- Con la ropa que elegimos reflejamos también nuestra manera de ser, nuestra pertenencia o nuestro estado de ánimo.
- Desde que somos jóvenes elegimos lo que nos queremos poner y así nos distinguimos de los mayores y de otros grupos que piensan distinto de nosotros, y nos parecemos a nuestros semejantes.
Para orar
- Sitúate ante el espejo… Respira con suavidad y conscientemente: cierra los ojos y ponte en la presencia del Señor Dios, tu Padre. Haz un gesto de reconocimiento y abre los ojos…
- Quítate la ropa usada, quizás un poco sucia o maloliente… Hazlo despacio e imagina que te vas despojando de todo lo que no te gusta de ti: la maldad, la pereza, el mal carácter, la insolidaridad… Cada prenda es algo de eso…
- Aséate… Siéntete una persona bella… Recuerda que eres imagen de Dios.
- Vístete con ropa limpia, sencilla, cómoda y de colores claros (ojalá blanca). De nuevo, ve con cuidado y sintiendo todo en tu corazón.
- Recuerda las palabras de Pablo: “ustedes son elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revístanse pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia…”
- Identifica cada prenda con una de esas palabras: sentimientos de compasión, sentimientos de bondad…. La ropa interior, la blusa, el pantalón… Los zapatos… ¿qué es cada cosa? ¿cómo te sientes al hacerlo?
- Túmbate en la cama y así vestida, déjate llenar por todo lo que has hecho… Recuérdalo y deja que los sentimientos, positivos o negativos, te llenen y se reposen en ti.
- Déjate mirar vestida así y supera toda vergüenza… y todo orgullo… Confiesa que eres lo que estás vistiendo: imagen divina.
- Y ahora: agradece o pide a Dios desde el fondo de tu corazón… lo que te llegue… háblale como un amigo habla con otro amigo. Concluye este ejercicio con el mismo gesto con el que comenzaste la oración.